martes, 28 de agosto de 2012

Statio Tranquilitatis

Neil estaba tenso. Descendían a buen ritmo y según lo previsto, pero aquella alarma había conseguido ponerlos nerviosos a él y a su compañero. ¿Si no se trataba de nada importante, por qué sonaba una alarma? Aún así habían procedido a desconectarla, ignorándola. Luego habían procedido a encender el motor de frenado y los de posicionado y dirección. Ahora tenían el mando del módulo.
A Edwin Eugene y a su compañero se les heló la sangre al no encontrar el punto de aterrizaje. Según el radar de aproximación se hallaban a unos trescientos metros de la superficie, y en su lugar había un cráter rodeado de enormes pedruscos. ¿Dónde estaba la superficie plana cubierta de regolito sobre la que deberían posarse suvemente?
«¡Mierda», pensó Neil. Repasó mentalmente el protocolo a seguir para abortar la maniobra, que consistía en desprenderse de la etapa descendente y conectar el motor de ascenso para volver al módulo orbital. Al mismo tiempo pilotaba la nave, guiada por los motores de dirección, sobre aquel campo rocoso, que se acercaba a ellos lenta pero inexorablemente, en busca de un lugar idóneo para posarse.
--Treinta segundos.
Era la voz de Duke desde el Control de la Misión indicándoles el tiempo que le quedaba de combustible al motor de descenso. Si no aterrizaban a tiempo la nave caería a plomo, y aunque estban relativamente cerca del suelo y la gravedad era baja, y por tanto los tripulantes probablemente no sufrirían daño, el golpe podría dañar la etapa de ascenso dejándolos varados allí para siempre.
Cuando solo quedaban diecisiete segundos de combustible, el ritmo cardiaco de Neil se disparó. Volaban demasiado bajo, era tarde para desprenderse de la etapa de descenso y encender el otro motor para elevarse. Solo cabía seguir. Solo disponía de unos segundos para tomar una decisión, y solo podía decidir en qué punto desdender antes de caer por su propio peso.
En Houston la tensión se podía cortar con un cuchillo. Entonces...
--¡Luz de contacto! Paro el motor. El Águila se ha posado.
Todo el Control de la Misión prorrumpió en aplausos, vítores y emocionados abnrazos. Todos saltaban, reían y lloraban de emoción y júbilo. De pronto una voz emocionada comenzó a hablar por la radio:
--Os contaré detalles de lo que veo por aquí. Al menos lo intentaré. Parece una colección de casi todas las variedades de formas, angulosas y granulares, cualquier variedad de rocas que se pueden encopntrar. Los colores varían mucho dependiendo del ángulo con que se mira... No se aprecia un color dominante; sin embargo creo que algunos de los pedruscos y rocas, de los que hay muchísimos por aquí cerca... van a hacer muy felices por su colorido a los de ahí abajo...
--... Y esta es la voz original de Edwin Eugene, llamado Buzz, Aldrin --decía la voz de la guía--. Estas palabras tienen ya cien años y describen exactamente lo que estamos viendo.
Antonio Hortiz miraba por la ventanilla con lágrimas de emoción. El paisaje era hermoso. Los rayos del sol, que caían oblicuamente, acentuaban las sombras. Como geólogo tendría oportunidad más adelante de visitar aquel lugar, y otros muchos, caminando sobre la superficie con un traje lunar, algo mucho más emocionante que darse una vuelta en un monorraíl turístico. Pero acababa de llegar de la Tierra, era la primera vez que estaba en la Luna y estaba ansioso por visitar el lugar donde un representante de la Humanidad dejara su huella por primera vez.
El monorraíl se detuvo junto a la etapa de descenso, que a pesar de llevar cien años a la intemperie, no había envejecido, porque en la Luna no hay atmósfera que la pueda dañar. Más allá había una réplica del módulo lunar completo, pero lo que todos querían ver eran las huellas, las huellas de los primeros hombres que pisaron otro mundo, y que por la misma razón, la ausencia de atmósfera, no se habían borrado en cien años, ni lo harían en millones si nadie las destruía.
El ejército de turistas japoneses cargó sus armas fotográficas, apuntó y abrió fuego a través de las ventanillas.
-- "That's one small step for man, one giant leap for mankind" --decía la grabación de la voz original de Neil Angstron.
--En realidad --prosiguió la guía-- la intención de Neil Angstron era decir "un pequeño paso para un hombre", pero probablemente debido a la tensión del momento omitió el artículo.
El monorraíl se puso en marcha de nuevo. Pasaron junto a la bandera americana, el sismómetro y el retroreflector láser, un espejo al que, lanzándole un láser desde la Tierra, permite medir con precisión la distancia entre ambos mundos, todo instalado por los dos insignes miembros de la Misión Apolo 11 hacía un siglo.
Luego vieron dos figuras humanas embutidas en sus trajes lunares junto a un vehículo de superficie. Ambas agitaron sendas manos derechas en señal de saludo, al tiempo que eran acribilladas por las fotoarmas de los turistas japoneses.
--El hecho de que se encuentre aquí una bandera de los antiguos Estados Unidos de América --volvió a hablar la guía-- no significa que este lugar fuera reclamado por los norteamericanos, pues según el Tratado sobre el Espacio Exterior, ningún territorio fuera de la Tierra puede ser reclamado por ningún país. Por eso la UNESCO tuvo que modificar en 2048 sus Estatutos para poder declarar Base Tranquilidad Patrimonio de la Humanidad, ya que hasta entonces era requisito inprescindible que el lugar o monumento natural estuviera dentro de las fronteras de algún Estado.
Poco después el tren aceleró y el lugar se fue perdiendo de vista en la distancia.
--Y aquí termina la visita a Base Tranquilidad. Esperamos que hayan disfrutado. Ahora si lo desean pueden pueden visitar nuestra tienda de recuerdos. Asimismo les recordamos que el bar-cafetería permanecerá abierto hasta nuestra llegada a Puerto Angstron.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se aceptan críticas (constructivas).