sábado, 14 de abril de 2012

Una noche para no olvidar

--¡Icebert a proa!
El Primer Vigía Frederick Fleet se hallaba en su puesto oteando el horizonte cuando pareció materializarse repentinamente ante sus ojos. La noche era oscura y fría, por lo demás tranquila hasta que aquel bloque de hielo cambió su vida para siempre.
Faltaban veinte minutos para la medianoche cuando se recibió la llamada de Fleet en el puente.
--¡Todo a estribor! --ordenó el Primer Oficial William Murdock, significando que virasen a babor, como era en aquella época la costumbre, heredada de los códigos de los barcos a vela.
El enorme vapor cargado de inercia comenzó efectuar el giro a un ritmo desesperantemente lento mientras aquella mole, de un blanco inmaculado, se dirigía hacia ellos inexorablemente.
El capitán Edward John Smith estaba en su camarote cuando percibió una extraña vibración, lo suficientemente preocupante como para hacerle acudir al puente, pero no tanto como para siquiera hacerle sospechar lo que les aguardaba en el curso de las próximas dos horas, para siquiera sospechar que lo imposible iba a ocurrir.
El Vigía Fleet viviría atormentato por el resto de sus días pensando que debería haberlo visto antes. Otros, con razón, intentarían hacerle ver que solo lo hubiera conseguido de haber dispuesto de unos prismáticos que la tripilación no le facilitó, y que por tanto no era culpable de nada.
Pero ni Fleet ni nadie sabría jamás que ni siquiera con el más potente telescopio hubiese podido anticiparse, ya que la masa de hielo efectivamente se había materializado delante del navío.

--Todo listo para la prueba.
El ingeniero Alexander Kozlov supervisaba el encendido de los sistemas, mientras los demás, cada uno en su puesto, se afanaban en sus respectivas tareas. Se hallaban a bordo del Nautilus, un pequeño submarino nuclear de investigación desarrollado por una empresa ucraniana; nada que ver con el ingenio salido de la pluma del insigne Verne. Se encontraban en las gélidas aguas del Atlántico norte, no muy lejos de las costas de Terranova.
--¿Tatiana, aún sigues preocupada por eso? --preguntó Kozlov distraídamente a la mujer que tenía al lado, una joven morena y de corta estatura, que no paraba de rascar la pantalla de su tableta. La doctora Sokolova era la directora científica del Proyecto, y la física teórica que había desarrollado las ecuaciones que llevaban su nombre y de las que ahora tanto recelaba. Levantó la vista de la maraña de símbolos matemáticos y letras griegas que desfilaban por la pantalla y la dirigió hacia el ingeniero. La edad y la corpulencia de este contrastaba con el cuerpo menudo de la mujer. Parecerían padre e hija de no ser por el tono anaranjado del pelo del hombre frente al negro azabache del de la muchacha.
--No sé... Hay algo que no encaja. Las inestabilidades son controlables, ya lo sé, siempre dentro de unos márgenes. ¿Pero qué pasa si se dan varias a la vez, o peor aún, si se producen en resonancia?
--¡Vamos Tanya! Sabes que una secuencia de inestabilidades es improbable, y que además se produzcan en resonancia es prácticamente imposible.
--Eso es lo que no me cuadra, que a pesar de que el sistema sea potencialmente inestable, el cálculo para una secuencia de inestabilidades, y aun para una secuencia resonante de inestabilidades, arroje unas probabilidades tan extremadamente bajas.
--Sigues pensando que nos hemos equivocado en algo, eh...
--No quiero ni pensar en las posibles consecuencias.
--¡Pero si ya hemos hecho pruebas...!
--Sí, a pequeña escala. Coges un taco de madera y lo teletransportas de una esquina del laboratorio a otra, pero ahora hablamos de un submarino con toda su dotación, un sistema mucho más complejo que un taco de madera, un vaso de agua o una planta.
--Y no te olvides del gato. Todo salió bien. En cualquier caso a nivel subatómico la complejidad es la misma.
--¡Sabes que eso no es cierto! Recomponer el objeto en el punto de destino requiere tener en cuenta la complejidad a nivel molecular...
--Todos los sistemas funcionando --anunció un técnico.
--Bien --respondió Kozlov--. prepárate --a Tatiana--, voy a avisar al puente.
La prueba consistía en teletransportar el submarino a un punto situado a un kilómetro de distancia. Llevaban trabajando en secreto con aquella tecnología, y el éxito con esta prueba los colocaríaa a un paso de un jugoso contrato con el ejército ruso. Lo siguiente sería investigar el teletransporte a una órbita baja que abaratara los costes de un lanzamiento convencional. Roskosmos y otras agencias de todo el mundo darían su brazo derecho por algo así.
--Atención, habla el capitán Lébedev. Aquí en el puente estamos preparados.
--Enterados --respondió Kozlov--. Atención todos --dijo a los miembros del equipo--: generador al veinte por ciento, iniciamos la prueba.
Un leve siseo inundó la cámara mientras las pantallas se llenaban de números y gráficos. Desde su terminal Kolzlov lanzó un chequeo general de los sistemas. Todo parecía estar correcto.
--Cuarenta por ciento --ordenó.
El siseo se incrementó. Aún estaban a tiempo de detener el sistema. Pasado este umbral la secuencia tendría que completarse hasta el final. Por eso Kozlov decidió tomárselo con calma. Ordenó un chequeo minucioso de todos los subsistemas. Ninguna de las lecturas arrojaba valores fuera de los rangos esperados. Aparentemente ajena a todo, Tatiana Sokolova seguía enfrascada en su tableta.
--Todo está correcto --le dijo el ingeniero, solicitando su aprobación para aumentar la potencia e iniciar la secuencia de teletransporte. Ella titubeó, y aunque con cierta reticencia, dio su visto bueno.
--Bien, vamos allá --dijo Kozlov con entusiasmo--. Sesenta por ciento.
El siseo adquirió ahora un tono tan agudo que apenas era audible. Por lo demás, a ojos de profano, nada parecía haber cambiado.
El principio que rige el teletransporte es difícil de explicar y aún más difícil de entender. Se basa en el principio del entrelazamiento cuántico aplicado a nivel macroscópico. Por mucho que lo intentaran, nadie podía visualizar exactamente qué estaba a punto de ocurrirle a la materia que constituía el submarino y a ellos mismos.
Kozlov seguía atento a la pantalla y a la información que en cualquier momento pudieran transmitirle los técnicos. La potencia había aumentado al ochenta y cinco por ciento y los valores de algunos parámetros se habían disparado, pero siempre dentro de los límites.
--Noventa y dos por ciento --anunció uno de los técnicos.
A partir de aquí todos contuvieron el aliento. Más allá de este punto el salto sería espontáneo, podría tener lugar en cualquier momento: en teoría dentro de un milisegundo o en un millón de años, pero lo más probable era que ocurriese en cuestión de minutos, pues si bien es cierto que una sola partícula podría tardar años en efectuar el salto, el submarino estaba formado de un número mayor de ellas que todas las estrellas de la galaxia, por lo que la probabilidad de que alguna lo hiciera en minutos era elevada, y desde el momento en que solo una de ellas diera el salto, las demás se verían obligadas a seguirla (ahí estribaba el quid de la tecnología del teletransporte macroscópico).
--Noventa y ocho por ciento.
Kozlov contuvo el aliento.
De pronto ocurrió algo. Todos sintieron una leve sensación de vértigo y la potencia cayó inmediatamente a cero.
--¿Lo conseguimos? --preguntó alguien.
--Al menos no nos hemos desintegrado --respondió Tatiana Sokolova.
--¿Lo ves? --dijo Kozlov dándole a la mujer un codazo.
En ese momento todos prorrumpieron en aplausos.
--Bueno --alzó la voz Kozlov--, no cantemos victoria aún. ¿Qué lectura tenemos?
--Temperatura exterior --dijo el técnico-- veintiocho coma tres grados centígrados bajo cero.
Entraba dentro de lo previsible. Debido al vacío cuántico generado en el entorno de los objetos teletransportados, la temperatura en un radio del orden del tamaño de un protón en torno a ellos caía durante un lapso cuasiinfinitesimal de tiempo al cero absoluto, de modo que el agua en los alrededores del submarino se había congelado casi instantáneamente, formándose un gran iceberg a su alrededor. La temperatura se recuperaba rápidamente, gracias a la energía del vacío, pero las condiciones iniciales tardaban en hacerlo si el teletransporte no tenía lugar en el vacío absoluto. En aire, y sobre todo en agua, la capa de hielo tardaría horas en romperse si no fuera porque el submarino disponía de medios para abrirse paso.
En el punto de partida también se habría formado una montaña de hielo similar.
--¿Lectura del GPS? --prosiguió Kozlov con la lista de chequeo.
--Un momento --respondió el técnico--, negativa.
--¿Cómo negativa?
--No hay lectura.
--Vaya, hombre --protestó el ingeniero--. Debe haberse dañado...
Kozlov decidió llamar al puente.
El capitán Lébedev y su tripulación eran los más sorprendidos. No funcionba el GPS, ni la radio. A decir verdad la radio sí funcionaba, pero no se recibía nada.
--¿El hielo podría haber dañado las antenas? --preguntó Kozlov al otro lado de la línea.
--Es posible, pero no lo sabremos hasta no liberarnos.
En ese momento empezó a escucharse un extraño sonido que a cada segundo aumentaba en intensidad, y de pronto una fuerte sacudida. Quienes en ese momento no se hallaban sentados o asidos a algo, cayeron derribados.
--¡¿Qué diablos ha sido eso?! --aulló Kozlov por el interfono una vez se hubieron recuperado del susto.
--No lo sé --respondió el capitán--. Puede que algo haya chocado con nosotros. ¡Informe de daños! --ordenó.
Algo había rozado contra el iceberg que rodeaba al Nautilus causando la rotura del hielo que lo aprisionaba.
--Esa es la buena noticia --concluyó el capitán. Se hallaba en el puente, reunido con Kozlov y Sokolova.
--¿Y la mala? --quiso saber la mujer.
--Pues... no estoy seguro. El hielo no ha causado daño a la antena, pero siguen sin funcionar la radio ni el GPS. No recibimos ninguna transmisión.
--¿Entonces no sabe dónde estamos? --dijo Kozlov.
--Seguimos en el Atlántico norte, eso sin duda.
--Señor --llamó el primer oficial--. Señor, tiene que escuchar esto.
Los tres se acercaron a la consola de radio. Hacía poco más de media hora de la colisión.
--Estaba haciendo un barrido y encontré esto en torno a los quinientos kilohercios.
--¿Morse? --dijo Tatiana Sokolova.
--¡Dios mío! --exclamó de pronto el ingeniero Alexander Kozlov.
--¿Qué ocurre? --dijo el capitán.
--¿Es que ya ha olvidado el Morse? Pongan atención por favor.
El capitán y los oficiales de puente de más edad quedaron estupefactos.
--Sí, señores --dijo Kozlov--. Es un CQD emitido por el RMS Titanic, que ha chocado contra un iceberg.
El hallazgo supuso una conmoción a bordo del Nautilus. El experimento no solo había fallado, lanzándolos hacia atrás en el tiempo, sino que les había situado en la trayectoria de colisión con el Titanic, convirtiéndolos a ellos en los causantes del accidente.
--Así que mis reticencias y temores no eran injustificados, al fin y al cabo --dijo Tatiana. El viaje en el tiempo era una predicción de las ecuaciones de Sokolova en el caso casi improbable de que se diera una secuencia resonante de inestabilidades. Ni había explotado el submarino, ni se había desplomado ninguna de las dimensiones... simplemente habían variado el curso de la Historia.
--¿Y ahora, qué? --dijo Kozlov.
--Intentamos regresar, ¿no? --respondió el capitán.
--Me temo que eso va a ser difícil --dijo la física--. Esto ha ocurrido por accidente, por la estocasticidad del factor que originó la resonancia. Reproducirla exactamente es algo imposible, suponiendo que sea eso lo que deberíamos hacer, cosa que dudo, pues supongo que eso nos llevaría aún más hacia el pasado. La secuencia correcta de inestabilidades que nos vuelva a situar en nuestra época... mmmm...
--¿Quiere decir que estamos atrapados en 1912? --dijo el capitán consternado.
--Me temo que si --respondió la mujer.
--Bueno --intervino Kozlov--, en cualquier caso tenemos más de un siglo para intentar regresar. A lo que yo me refería es a qué hacemos respecto al Titanic.
--Nada --dijo la mujer--, no podemos hacer nada.
--¿Cómo que no podemos hacer nada?
--No podemos intervenir. Sería cambiar la Historia.
--Cambiar la Historia es lo que hemos hecho. De no haber realizado el experimento no nos habríamos materializado en el camino de ese barco en forma de iceberg.
--Eso no lo sabemos. Tal vez hubiese chocado de todas formas con un iceberg de verdad.
--¡¿Pero qué dices?! ¿No escuchas los menajes? La hora de la colisión coincide con la histórica, la posición dada por el barco también... --Kozlov era un buen conocedor de la historia del Titanic. En realidad era aficionado a los barcos y sabía bastante de historia náutica.
--Claro que coincide con la histórica --replicó la mujer--, con la de nuestra línea de tiempo. ¿Quién dice que de no haber aparecido nosotros al barco no hubiera colisionado, qué sé yo, media hora más tarde un poco más hacia el oeste?
--Señores, por favor --intervino el capitán--. He estado pensando mientras les escuchaba hablar. Independientemente del hecho de que hayamos viajado en el tiempo, lo cierto es que nos hallamos a pocas millas de un barco en apuros, y nuestro deber, según dicta la ley del mar es acudir en su auxilio.
--¿Y cómo podría ayudar un pequeño submarino como este a un trasatlántico que se está hundiendo? --preguntó Tatiana--. Tengo entendido que su problema era... es que no llevan suficientes botes salvavidas. Nosotros no podemos recoger a tanta gente.
--No --respondió Alexander Kozlov--, pero podemos ir en busca del SS Californian, que está a unas escasas diez millas de aquí.
--¿Y entonces por qué no vienen en su auxilio?
--Es algo que en parte está rodeado de misterio --respondió Kozlov--. El operador de radio se ha ido a dormir, y el capitán, se dice, está "afectado".
--Pues vaya...
--Los vigías y los demás oficiales deben de ver las bengalas, cuando el Titanic empiece a lanzarlas, y en poco tiempo percibirán el escoramiento. Constatarán que "algo raro pasa", pero no despertarán al operador de radio. Se limitarán a comunicar la situación al capitán, quien solo ordenará que anoten el incidente en el libro de bitácora.
--Un capitán bastante negligente, ¿no cree? --dijo Lébedev.
--Sí, pero si nos presentamos allí y les decimos lo que está pasando, quiero pensar que acudirán.
En ese momento el propio Kozlov se separó del grupo atraído por la transmisión de radio.
--Dios mío --dijo--. Es la respuesta del Carpathia. Vienen en camino a toda máquina.
--¿El Carpathia? --dijo el capitán Lébedev.
--El vapor que acudió en su ayuda. Es el más cercano, aparte del Californian, pero no llegarán a tiempo. El Titanic se hundirá a las dos y veinte, y el Carpathia no llegará hasta las tres y media.
--Bien --dijo el capitán Lébedev tras meditar unos momentos--. Pondremos rumbo al Californian. De momento seremos discretos. Una vez allí decidiremos como actuar.

Kozlov estaba emocionado. Escuchó las respuestas del Olympic, el gemelo del Titanic y que daba nombre a su clase, a más de quinientas millas; el Mount Temple, el Frankfurt, que cada poco interrumpía preguntando qué pasa --el operador de radio no entendía bien el inglés--. Le brotaron lágrimas de emoción al escuchar al Titanic llamar inepto al operador del Frankfurt por sus constantes interrupciones.
--Estamos justo debajo del Californian --anunció el capitán. Un escalofrío recorrió la espalda de Kozlov. Justo en ese momento el titanic sustituía el CQD por el SOS. "El capitán Smith acaba de decirle a Philips que utilice la nueva señal y que quizás sea su última oportunidad de utilizarla".
En ese momento ocurrió algo inesperado.
--Es la cámara de pruebas --dijo un técnico--. El generador se ha activado.
--¡¿Qué?! ¡Eso es imposible! --exclamó el ingeniero.
Kozlov y Sokolova se precipitaron a sus puestos.
--¡No, hay que detenerlo!
--No se puede. Está funcionando en automático.
--Puedo anular la orden con mi clave de acceso --dijo Kozlov--, siempre que la potencia no sobrepase el cuarenta por ciento. Capitán --añadió por el interfono--: aléjese del Californian.
De pronto Kozlov se dio cuenta de que no podía, ni debía, detener el proceso. Tuvo la intuición de que desde el futuro les estaban rescatando. No era fortuito que el generador se reiniciara solo ni que los patrones que veía en las pantallas guardaran una relación tan estrecha con los de la secuencia anterior. Sabía que el Nautilus regresaba a casa. Pero él ya había tomado una decisión.
--Capitán, ascienda a la superficie, por favor.
El capitán obedeció, aunque esa actitud no fuera muy ortodoxa.
Tatiana leyó el pensamiento de Kozlov cuando lo vio abandonar su puesto.
--¡Sasha, no! --le dijo a su amigo.
--Tanya, podrás llevar a cabo la prueba hasta el final tú sola.
Y dicho esto salió precipitadamente de la cámara de pruebas en dirección a una escotilla.

A las cero cincienta y uno de la gélida madrugada del quince de abril de 1912, un enorme bloque de hielo se formó dos millas a babor del SS Californian. Sobre él, uno de los vigías vio lo que parecía ser la oscilante luz de una linterna.
A las dos menos veinte de la madrugada el RMS Carpathia recibió un mensaje del SS Californian diciendo que todos los pasajeros del Titanic habían sido rescatados con vida.
Quince años después un anciano ruso, pelirrojo, entró en un café de Viena y disparó cinco tiros en la cabeza a un joven cabecilla llamado Adolf Hitler antes de ser abatido a su vez.
La Historia empezó a reescribirse.

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