miércoles, 16 de noviembre de 2011

Intruso

Como a todos los miembros de su especie durante la mayor parte de su vida, le gustaba la soledad. Se sentía muy a gusto en medio del frío vacío interestelar, pero sobre todo adoraba zambullirse en lo más profundo de las nebulosas, allí donde la densidad es más alta, cerca de donde nacen las estrellas. Allí recoge hidrógeno y otros materiales, los procesa y los incorpora a su ser, esto es se alimenta, y eso dispara un intenso impulso electroquímico que baña la complejidad de su exótico tejido cerebral produciéndole una sensación análoga al éxtasis. Por eso no se percató de la presencia del intruso.
De pronto estaba allí, recortado contra el fondo barrocamente caprichoso de los filamentos de gas ionizado. «¿Humanos?». Parecía improbable. Aunque había una colonia humana muy cerca, justo al otro lado del túnel que orbitaba la nebulosa, los humanos no solían acercarse a las nubes interestelares, y mucho menos adentrarse en sus profundidades. Después de cuarenta mil años de astrofísica humana, estos objetos, exóticos para ellos, habían dejado de interesarles.Tampoco parecía tratarse de fantasmas, esas inteligencias efímeras que se forman en los campos magnéticos de las protoestrellas y las estrellas y con las que a veces se entretenía.
Lanzó dos microojos autónomos en direcciones diametralmente opuestas, para medir la distancia por triangulación, al mismo tiempo que medía su tamaño angular. Era enorme para ser una nave, a menos que la tripularan gigantes («o una colonia en busca de un sistema terraformable»), pues sus dimensiones eran comparables a la de una pequeña luna. Desplegó las antenas y envió un mensaje de saludo en Código Estándar Universal, pero tras el lapso de tiempo requerido por la distancia que los separaba para recibir respuesta, esta no llegó. En su lugar el objeto comenzó a cambiar, pasando de su forma esférica original a adoptar forma de huso, con una de las puntas apuntando en su dirección. Solo entonces se dio cuenta de sus intenciones. En un acto reflejo conectó sus impulsores a toda potencia. Al carecer de enemigos naturales, no poseía en su base genética ninguna estrategia especial que le indicara cómo realizar una maniobra evasiva, así que se limitó a poner distancia, a huir. Pero su enemigo era más rápido. Mucho más rápido. No sentía miedo, de nuevo por la ausencia de enemigos y por tratarse de una especie que no conocía la muerte, pero sí entendía a la perfección lo que esa criatura pretendía, y sabía que no debía permitirlo. Pero más allá de eso, poco podía hacer.Su cerebro solo reaccionó como nunca jamás lo había hecho, y como nunca más lo volvería a hacer, cuando detectó aquel filamento luminoso saliendo del extremo de aquella aguja imposible, justo tras analizar su espectro.«Antimateria». «Las armas de antimateria están prohibidas. A no ser que...» Un mecanismo en lo más recóndito de su cerebro se activó. Comparó lo que había visto: objeto enorme, cambio de forma, haz de antimateria reaccionando con la materia de la nube, con imágenes ancestrales guardadas en su memoria genética. Luego disparó una nueva ola electroquímica que volvió a bañar todos y cada uno de sus centros nerviosos, y por primera y última vez, mientras se acercaba el inexorable final de su vida eterna, sintió miedo.Ahora sí sabía lo que tenía que hacer, aunque lo hizo de forma totalmente inconsciente: su sistema reproductor comenzó a funcionar a destajo, para lo cual su metabolismo se aceleró hasta cotas insospechadas. Calculó una trayectoria segura hacia la entrada del túnel y lanzó los millones de cápsulas que a modo de esporas servirían, en circunstancias normales, para sembrar una región con su progenie. Pero estas no contenían la secuencia genética para crear a su descendencia, sino un mensaje de alarma, de advertencia. Sabía que sus destinatarios al final del túnel, no eran los adecuados, si es que una de esas cápsulas llegaba hasta ellos, pero no podía hacer más. En el último momento, cuando la afilada aguja de antimateria comenzó a destrozar su exoesqueleto protector, un pensamiento asomó a su consciencia, y una voz clara y nítida dijo: Están aquí. Lo improbable ha ocurrido.

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